Una ética para tiempos difíciles. La escuela frente a la corrupción

Actualmente el Perú esta trastocado por una crisis moral que está instalada en las estructuras del poder. Asistimos anodadados al desfile de presidentes, ministros, empresarios y altas autoridades acusados o mencionados en casos de corrupción. Como un monstruo de siete cabezas, la corrupción que creímos derrotar en el 2001 aparece de nuevo en todo su tenebroso esplendor.

Ya no está confinada al ámbito de lo típico delincuencial sino que involucra a la corrupción de saco y corbata, de las puertas giratorias y de los contratos amañados. El lenguaje del poder es hoy el de la corrupción.

Ya no es un fenómeno sólo de las alturas o de la esfera de la política. La corrupción ha invadido las mentes, culturas y costumbres, envileciendo a las personas, sometiéndolas a un modus vivendi a-moral. La ética ha dejado de funcionar como estructuradora de comportamientos y pensamientos. Y, entonces, los ojos se vuelven hacia la escuela y la educación, como una dimensión que puede salvarnos de la espiral de ignominia.

¿Qué se puede hacer desde la educación frente a la crisis moral? Efectivamente la educación tiene un rol formativo nodal, que modela al ser humano y hace que se despliegue como tal. La educación ha dejado de ser un simple campo de aplicación de conceptos y metodologías para convertirse en un hecho fundamental y consustancial al propio desarrollo humano. Savater nos recuerda que la ética es siempre una ética para tiempos difíciles, no hay una ética para tiempos fáciles»[1].

La educación ciudadana y en derechos humanos implica el esfuerzo de confirmar nuestra naturaleza humana. ¨Nacemos humanos, pero eso no basta: tenemos también que llegar a serlo. Nuestra humanidad biológica necesita una confirmación posterior; algo así como un segundo nacimiento[2]«.

Hoy por hoy la educación tiene que reemprender este movimiento confirmatorio de la dignidad humana a partir de la relación de los seres humanos entre sí y conllevando el rescate de nuestra dignidad degradada.

Colocar la ética en el epicentro. De muy poco servirán los recursos dedicados a la educación si las futuras generaciones carecen de fuerza de espíritu para producir un viraje en el imaginario en el país. La educación ética/ciudadana no es un aprendizaje más sino el centro nodal de todos los aprendizajes. No obstante hoy está colocado en el mismo nivel que otras habilidades instrumentales como inglés y manejo de Tics.

Como señala Susana Frisancho, el desarrollo humano no está garantizado por nuestra herencia genética ni se deriva de un acto cognitivo, sino que “surge de un deseo de actuar de forma tal que podamos mantener la consistencia de nuestro sentido de identidad como seres morales, para así convertirnos o seguir siendo cierto tipo de ser humano”[3].

Una educación libre de corrupción. La educación ética no puede darse en un sistema educativo agujereado por la corrupción. De nada sirve incrementar los recursos para educación, si se permite que sean presa del clientelismo y la corrupción.

Por lo tanto un desafío es sanear todas las instancias descentralizadas, garantizar transparencia e idoneidad en todos los cargos del sistema educativo. Ello debe ir de la mano con crear conciencia en todos los actores educativos de un sentido de responsabilidad sobre el dinero público, tanto en su recaudación como en su distribución. Asimismo, resulta clave un esquema participativo y de rendición de cuentas, tanto en las escuelas como en las demás instancias. La escuela como espacio de convivencia necesita un cimiento ético. Sin ética no hay confianza y hoy ésta está destruida y devaluada.

Aprendizaje ético contextualizado. La formación moral no consiste en un adoctrinamiento de los niños en un conjunto de reglas y principios a resguardad u obedecer. Es una construcción de la personalidad moral que se gesta, como todo acto educativo, en torno a problemas reales. Se trata de un aprendizaje socio cultural y participativo[4].

En un contexto como el actual, donde la crisis moral envuelve la cultura y las mentalidades esto es aún más necesario, ya que hay que reformatear los modos de pensamiento y comportamiento, actualmente contaminados. El uso de dilemas morales planteados desde problemas éticos reales de nuestro país resulta pertinente. Se trata de desarrollar el espíritu crítico y la autonomía moral que reclama Adela Cortina[5] de cafra a lo que viven día a día los estudiantes de nuestro país.

Perder el falso miedo a “politizar” la acción educativa. Precisamente se trata de lo contrario, de asumir las dimensiones de democracia y ciudadanía como fundantes de la formación de seres humanos. El objetivo es formar en principios éticos que emergen y se asientan como convicciones profundas de justicia, igualdad, cuidado mutuo y bienestar humano. Y que deben contrarrestar y desmontar pensamientos que minimizan o justifican conductas como el robo, el engaño, la copia, el truco del vivo. etc.

Sólo así será posible desmontar la cultura a-moral instalada en las mentalidades, que produce un corte o separación entre los enunciados valóricos y los comportamientos reales y convertir la educación en clave ética para un nuevo país.
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Escribe Teresa Tovar Samanez


[1] FERNANDO SAVATER, El valor de educar, Ed. Ariel, Barcelona 1997, p.21
[[2]Ibidem
[3]Susana Frisancho Hidalgo Aportes de la psicología a la comprensión del fenómeno moral. Biblioteca OEI, <http://www.oei.es/historico/valores2/frisancho.htm>
[4]Foro sobre la educación en Finlandia. Cámara de Comercio de Lima y Embajada de Finlandia, Lima febrero 2017.
[5]Adela Cortina, Ética Mínima. Introducción a la filosofía práctica. Madrid: Anaya, 1947.

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