Aprender a exigir buena educación

Un dicho antiguo nos recuerda que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”. Esa contradicción en los términos del dicho se encuentra también en los comentarios de quienes invitan a los críticos a “ver el vaso medio lleno y no medio vacío”. La verdad es que cuando los problemas estructurales no se enfrentan con reformas estructurales, las buenas intenciones de las decisiones aisladas solo permiten llenar la mitad del vaso y dejan desnuda la otra mitad. Y el infierno educativo sigue allí, al final del camino: la mayoría de los estudiantes no logran los aprendizajes esperados, muchos se desvinculan de la escuela sin haber terminado la educación secundaria, y las desigualdades educativas y sociales se reproducen y consolidan.

Son como las dos caras de una medalla. Veamos un ejemplo reciente en la educación peruana: por un lado, decretado el cierre de escuelas por la pandemia, el Ministerio de Educación activa todas sus energías técnicas y políticas y en poco tiempo pone en marcha, con esfuerzo y celeridad encomiables, la estrategia de emergencia “Aprendo en Casa”, de enseñanza remota en tres vías de comunicación: internet, televisión y radio. Se moviliza a todos los equipos de la sede central y se compromete a muchos aliados, con la intención –buenísima– de sacar adelante el año escolar ofreciendo contenidos educativos a millones de escolares del sistema público. El “vaso medio lleno” es recibido con entusiasmo por buena parte de la población y por muchos expertos, y hasta recibe felicitaciones internacionales.

Pero pronto se deja ver el “vaso medio vacío”, la otra cara de la medalla: niños y niñas rurales que deben subir a los cerros más altos para captar la señal de radio o recibir algunos mensajes de texto en el celular, sentados sobre piedras en el medio de la nada; docentes que caminan kilómetros para lograr un breve contacto semanal con sus alumnos; familias que carecen de conectividad o no saben cómo ayudar para que sus hijos aprendan algo a partir de lo que logran escuchar por la radio. Y –lo peor– un porcentaje de estudiantes que se quedan excluidos de la escolaridad. Nuevamente se reproducen las desigualdades.

La matrícula en escuelas públicas de estudiantes que se trasladan desde escuelas privadas como consecuencia de la crisis ofrece otro ejemplo de un problema que se resuelve a medias, con la mejor intención de garantizar el derecho a la educación de cien mil escolares de familias vulnerables: la buena voluntad y el esfuerzo del Ministerio de Educación se topa con las limitaciones estructurales del sistema, la cultura y las deficiencias del aparato burocrático, las debilidades institucionales y pedagógicas de la red de distribución de la educación escolar, entre muchas otras trabas. Sin una reforma estructural las escuelas del Estado –desfinanciadas por décadas– no pueden ofrecer a los nuevos alumnos una educación con calidad, equidad e inclusión, que tampoco venían ofreciendo a sus antiguos estudiantes.

La bienintencionada compra de un millón de tabletas o dispositivos electrónicos llenarán la mitad del vaso de la conectividad y acceso a nuevos recursos tecnológicos para estudiantes pobres de áreas rurales y urbanas. Bienvenida la inversión y el esfuerzo técnico del Ministerio de Educación para entregar a estas poblaciones los equipos con características apropiadas y dotados de las mejores aplicaciones y contenidos. Pero sin cambios estructurales en la educación y en otros servicios, la otra mitad del vaso aparecerá desnuda una vez más. Para “llenar el vaso”, el uso de las tabletas tiene que ser articulado pedagógicamente con la estrategia “Aprendo en Casa” e integrarse como parte de un modelo educativo híbrido que combine la educación presencial (cuando sea posible) con la educación a distancia; también se tienen que crear condiciones atractivas (remuneración, vivienda magisterial, etcétera.) para que los docentes mejor preparados para implementar este modelo educativo vayan a trabajar con las poblaciones más pobres y vulnerables del campo y la ciudad, y no esperar procesos de capacitación que pueden tomar varios años. Un cambio integral también implica proveer internet y asegurar condiciones básicas de educabilidad en todas las escuelas y hogares del país. Nada menos.

La intención del Ministerio de Educación es ampliar la cobertura y mejorar la calidad de la educación pública. Las iniciativas mencionadas apuntan en la dirección correcta: avanzar hacia un sistema de educación pública universal, con calidad y equidad, financiado y gestionado para superar sus deficiencias estructurales, que incluya a todos los niños, niñas y adolescentes del Perú sin distinciones ni discriminaciones de ninguna índole, que motive a los docentes a realizar un trabajo profesional colegiado y a desarrollar una pedagogía solidaria y contextualizada, comprometida con el aprendizaje de todos los estudiantes. Pero esos esfuerzos del Ministerio de Educación, que ojalá tengan continuidad en el largo plazo, solo llevarán a la transformación del sistema educativo si todos desde la sociedad –estudiantes, familias, docentes, comunidades, líderes, autoridades, especialistas, académicos– aprendemos a exigir educación de buena calidad para todos, con inversión suficiente y cambios estructurales en la gestión y en la pedagogía.

Enseñemos a niñas, niños, adolescentes y a sus familias a exigir escuelas en condiciones dignas y adecuadas para enseñar y para aprender, para que todos y todas puedan lograr el nivel educativo que les permita realizar sus proyectos de vida y convivir como iguales en democracia. Aprendamos todos a no permitir, nunca más, la precariedad, la insalubridad y la mediocridad en la educación y en los servicios públicos.
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Escribe: Manuel Bello. Profesor Principal de la Facultad de Educación de la Universidad Peruana
Cayetano Heredia

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