¿Qué hemos aprendido con la Generación del Bicentenario?

Nuestras primeras palabras son de condolencia por Inti y Brian, y solidaridad por quienes fueron heridos y por sus familias. En las peruanas y peruanos que tomaron la calle hasta dar la vida, sí nos sentimos representados, porque con ellos, con toda la riqueza de cultura política que han puesto en juego –como señala Carmen McEvoy[1] el bicentenario adquiere sentido. Hemos vivido la puesta en valor de la esperanza y el coraje cívico que felizmente aún nos habitan. ¡Kachkaniraqmi! (Aún existo)

Ciertamente, no solo en Perú, sino en diversos países de América Latina, los jóvenes vienen tomando las calles con demandas que trascienden lo coyuntural. Lo hemos visto en Chile cuestionando el modelo de privatización que heredaron del régimen de Pinochet y más recientemente sumando su enorme fuerza en el deseo de una nueva constitución. En nuestro país las marchas de los jóvenes tampoco son recientes, los vimos cuando el régimen de Fujimori quiso deponer a magistrados del Tribunal Constitucional, cuando el Congreso aprobó la llamada ley pulpín logrando su derogatoria, y en su reciente capítulo las juventudes lideraron una movida social que nos hará posible llegar a julio del bicentenario con cierta decencia en el gobierno nacional, la que se había perdido totalmente con el remake de ese dueto ya conocido de conservadurismo y corrupción en la historia nacional, esta vez de la mano de Flores Aráoz y Merino.

Aprendo en la calle nos ha dicho la juventud, y a su vez, en la calle doy muestra de lo que he aprendido. Hemos visto una movilización que ha roto con la lógica de partidos políticos preocupados por la “conducción” y la capitalización de los movimientos sociales, ambas características del repertorio de la corrupción organizada. Por el contrario, lo que ha unido a estas movilizaciones ha sido un sentido de interés colectivo, vimos emerger articuladamente grupos en apariencia disimiles como los contingentes universitarios y las barras bravas. La realidad es que se han interconectado y tienen capacidad de entretejerse prontamente y establecer vínculos virtuosos. La generación que desactiva bombas lacrimógenas, que organizó grupos especializados en atender heridos, en distribuir agua, una red que en tiempo real mantenía informados sobre el desenvolvimiento de la marcha, algunos testimonios decían haber visto “mucho amor” porque todos marchaban y se cuidaban entre sí. ¿En qué colegio aprendieron esto, que poderoso currículo generó estas competencias? También un cierto modelo de institución escolar ha sido sobre pasado.

Dos primeras lecciones. 1) La política la hace la gente, aunque existan organizaciones políticas “sanas” éstas no pueden pensarse como monopolios de la acción y la representación política. Por ello, la participación y la escucha del Estado no puede ser solo con el “sistema de partidos” sino con la gente y sus diversas formas de participación y organización. 2) La educación nacional tiene que repensarse. El aprendizaje del coraje ciudadano se da en la familia, en los núcleos de socialización colectivos, en el grupo de pares. La institución escolar, que ha perdido significatividad limitada a un repertorio de aprendizajes predeterminados, tiene que ser penetrada por el mundo de la vida, tan contingente, donde los saberes están conectados entre sí sin obedecer la lógica disciplinar y tiene que centrarse en la autonomía de las personas, porque allí, lo hemos visto, radica la posibilidad de aprender siempre, de crear conocimiento, de actuar colaborativamente.

Hay mucho más que aprender de los jóvenes movilizados. Ya están ahora debatiendo la necesidad de un nuevo contrato social entre los peruanos. Están pensando en el futuro, el de todos nosotros. A las personas mayores nos corresponde sumarnos y tomar ese tren, con nuestra energía y experiencia para que, “firme y feliz por la unión”, ese tren llegue a una nueva estación, un contrato social con una cláusula de justicia e igualdad, con un imaginario no ya de nostálgicos encomenderos sino otro donde los pueblos originarios, sus culturas y lenguas tengan relevancia política, los afroperuanos no sean encajonados, las mujeres sean libres de miedo y de violencia y la infancia sea una responsabilidad de todos. Un país, a decir de Arguedas, donde cada mujer, cada hombre, cada quien pueda vivir feliz todas las patrias.
Escribe: Severo Cuba Marmanillo, presidente de Foro Educativo, asociado a Tarea 
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[1]Ver entrevista en El Comercio del 29-11-2020, página 10.