Una mirada a la educación rural desde el aislamiento social. Lo que el COVID-19 trajo (y no se llevará)

El 2020 constituirá un año para recordar. Los días transcurren rápido llevándose episodios azarosos y aleccionadores en un marco de atosigante incertidumbre. Ha pasado casi un mes desde que empezamos profesores y estudiantes, inopinadamente, a sumarnos, desde nuestra condición de ciudadanos a la lucha por enfrentar, a esta pandemia que viene extrayendo lo bueno, lo malo y lo feo de nosotros.

En efecto, esta situación ha logrado visibilizar lo negado, lo menospreciado y lo postergado. En el aspecto educativo, esta triple condición, de manera combinada, cobra notoriedad principalmente en la educación rural.

La institución educativa Valentín Paniagua Corazao, provincia de Cangallo, región Ayacucho, constituye uno de los miles de colegios ubicados en comunidades rurales con escasas oportunidades para desarrollarse plenamente. Está ubicada cerca a los 4000 metros sobre el nivel del mar, en el distrito de Chuschi. En esta zona el frío amenaza, también las descargas eléctricas y las lluvias intensas; aunque más amenazante es el otro distanciamiento surgido a causa del COVID-19. Pero lo que duele más es el distanciamiento que el Estado ha tenido con la educación rural desde que nació como república. Los esfuerzos emprendidos por los gobiernos de turno no han sido suficientes. Si bien es cierto conforta el incremento de atención gubernamental respecto al mejoramiento de la infraestructura y entrega de materiales educativos a las instituciones educativas; por otro lado, el profesorado consciente, advierte que estas atenciones no bastan.

Es tanta la deuda que el Estado tiene con una población a la que por siglos ha mantenido en la ignorancia, con toda intención y complicidad de una clase política perversa mal acostumbrada a vivir de espaldas a la realidad. Tal circunstancia ha dejado secuelas difíciles de superar en estudiantes y en sus familias. Una suerte de naturalización de la inequidad, de la pasividad; una práctica constante del marasmo donde la indignación duerme aguardando su despertar revitalizado. Convivimos en una escuela donde adolescentes, producto de una educación contra el oprimido; contra sí mismo, vive entendiendo que la participación estudiantil en los asuntos públicos no es de su incumbencia, menos su deber y derecho. Guarda silencio confundido con la complicidad. Así, hablamos de un alejamiento del Estado, más no la del ciudadano peruano. De hecho, su sentido de pertenencia al país sigue intacto y ha sido probado en diversas circunstancias históricas por las que pasó la patria. Conforme a ello, el anhelo por la reivindicación social resulta siendo una posibilidad aguardada por ellos; por nosotros.

He recibido el mensaje de un estudiante que me dijo apenado, que no podrá acceder a la reunión virtual, utilizando el sistema Zoom, en la que soy anfitrión –“No tengo megas, profesor”–, me escribió al WhatsApp. Hace unos días, al recibir los informes de los profesores, pude confirmar lo evidente: ningún estudiante tiene acceso a la señal de televisión estatal; mientras que una significativa cantidad de estudiantes no disponen de un equipo celular o tienen dificultades para manipularlo y, consecuentemente, para participar de la estrategia Aprendo en Casa del Ministerio de Educación. Ante esta realidad nos queda una esperanza: la distribución de tablets ofrecida por el Estado Peruano que nos permitirá aprender en mejores condiciones de equidad respecto a quienes aprenden en contextos rurales.

Esta posibilidad nos alegra sobremanera pero cabe cuestionarse, retrotrayéndonos en el tiempo histórico, del porqué de la demora. Es decir ¿tuvo que llegar el COVID-19 para que el Estado se acuerde de nosotros?; ¿teníamos que vivir una emergencia para que nuestros gobernantes decidieran al fin, acortar la distancia digital entre la ciudad y el campo? ¿Por qué no lo hicieron antes? Qué extraño: por momentos no sé si “agradecer” o denostar la presencia de esta pandemia que nos amenaza, pero a la vez nos genera, nos plantea una oportunidad para ingresar a una educación acorde al siglo XXI y con similares oportunidades.

Ahora bien, la reivindicación también deberá conseguirse a partir del fortalecimiento de capacidades del docente para el dominio de las tecnologías de información ¡Son tiempos nuevos para el profesorado! Y no lo esperábamos. Tampoco lo esperaban quienes se encargaron de nuestra formación inicial. Creí que la promesa de una educación no presencial la vivirían mis colegas venideros; sin embargo, la vivo yo; la asumo yo y, claro, no estoy solo, sino que el reto lo enfrentamos junto a nuestros estudiantes. Se sobreentiende que también esto conlleva ya no practicar una pedagogía unidireccional sino una enseñanza-aprendizaje bidireccional, horizontal, más democrática donde ambos deberemos aprender el uno del otro.

Esta oportunidad posiblemente sea imperdible para practicar una pedagogía casi en igualdad de condiciones como en demandas fuera del aula física, por ahora. Urge educación ciudadana que reemplace la actual, signada por el individualismo y el consumismo.

Sin duda, el resultado del rápido contagio de este virus se debe en gran medida a las malas prácticas que a menudo vemos a través los medios de comunicación. La pandemia ha puesto al descubierto la desfavorable condición de nuestros compatriotas en relación al ejercicio de valores que sostienen una sociedad.

Deseo que estas reflexiones no se ocupen de la proporción favorable que nos agrada mirar; sino constituya una ocasión para observar críticamente la otra cara del asunto: la calidad de ciudadanos que somos en promedio. No se entiende cómo una población que ha recibido una formación académica estatal o privada tenga tanta avidez por auto suprimirse a causa de su irresponsabilidad y escasa preocupación por el bienestar colectivo. Hay que decirlo: el virus nos ingresa por las rendijas de una educación anclada en los prejuicios del pasado, pero a la vez aferrada a los principios de una modernidad donde la persona, como especie, solo es un objeto, un medio para generar riqueza y vive esclava de ella.

Frente a estas condiciones, tenemos que aceptar que parte, gran parte, de la responsabilidad la tenemos nosotros, los maestros. Más nos preocupó nuestro desempeño institucional por salir airosos en las pruebas ECE; vivir empeñados por lograr el ingreso de nuestros estudiantes a la universidad o al instituto superior; pero en formación ciudadana, solo estuvimos atosigándoles de contenidos vacíos, alejados de la acción; de la práctica. No construimos coherencia en las instituciones educativas. Así, por ejemplo, los años trascurrieron con docentes, padres y directivos negándole al estudiante la oportunidad de utilizar un celular en el colegio. Lo creímos un adversario; a ellas y ellos los consideramos incapaces de aprovechar sus beneficios. Paradojas del magisterio: ahora este dispositivo termina determinando la educación de un estudiante y salvándonos de un potencial naufragio pedagógico.

Hoy tuve mi primera reunión virtual con los estudiantes. Convoqué a varios; asistieron, siete. Pudieron haber sido nueve de no ser por dificultades en la conexión; catorce, sino fuera por la escasa disposición de algunos; cuarenta y uno, de no ser por la pobreza económica, enemigo recurrente del estudiante. No la olvidaré porque seguramente constituirá una suerte de primera piedra de una enseñanza como aprendizaje en entornos inexplorados como retadores. Y, claro, lo excelente de todo esto es que felizmente, ya no hay marcha atrás. (Ayacucho, 29 de abril de 2020)
Escribe: Lic. Roy Paquiyauri Sulca. Director de la I.E. Valentín Paniagua Corazao, Chuschi, Cangallo, Ayacucho.
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